Capítulo 15: Un milagro llamado trabajo

>> sábado, 11 de abril de 2009

Un milagro llamado trabajo

K’uk Moan estaba sentado en la roca de siempre esperando que pasara el desvencijado autobús que lo llevara de regreso al pueblo. Había ido a la ciudad en busca de trabajo y, para no salir de la costumbre, nadie había querido contratarlo por un salario que superara a penas los gastos de transporte que tendría que invertir diariamente para desplazarse de su casa al trabajo y de regreso. El hombre estaba realmente desesperado. En su bolsa le quedaban unas cuantas monedas y no tendría suficiente dinero para salir del pueblo otra vez en busca de trabajo. En silencio le rezo a los viejos dioses para que le ayudaran. Estaba urgido de que sucediera un milagro. El costo de venta de la cosecha de café de la parcela de su padre este año otra vez no iba a alcanzar ni para mantenerlos la mitad del tiempo hasta que se pudiera vender la cosecha del año siguiente. La situación de la familia, como la de todos los habitantes del pueblo, era desesperada. Ya muy pocos tenían animales que se pudieran matar en un caso de emergencia y nuevamente tendrían que vivir de frutas y de las plantas comestible que se podían cosechar en la selva. Quizá alguno de los hombres tendría suerte y lograría matar a un venado, un pecarí u otro de los animales más grandes que sirvieran de alimento durante más de un día.

A un lado de K’uk, también sumido en sus pensamientos estaba sentado Ac, un hombre que, parecía hermano del primero. Sin embargo eso se debía al prejuicio de ver iguales a la gente que pertenecía a un grupo étnico diferente. A los ojos de un miembro de la etnia K’uk y Ac eran tan diferentes como cualquier Juan y Pedro de la ciudad. Ac fiel a la costumbre de la etnia de no hablar salvo que fuera reamente necesario también estaba sumido en sus pensamientos. La situación de Ac, era más desesperada ya que tenía la intensión de casarse. La mujer escogida, hermana de K’uk, ya había le había dado el sí, pero sin trabajo y con lo bajo que estaba el precio del café, el hombre jamás iba a poder reunir la dote, consistente en un docena de gallinas, un cerdito o el precio equivalente en dinero, para que la familia de K’uk accediera a la unión matrimonial. Para reunirla, Ac tendría que trabajar al menos un año si es que conseguía trabajo. El método de Ac para invocar el milagro que necesitaba era tirar piedrecillas con violencia al lado contrario de la carretera. El blanco era una capilla que contenía una descolorida figurilla de la Virgen de Guadalupe adornada con algunos floreros llenos de flores marchitas que se renovaban una vez al año, el 12 de diciembre, que parecía ser la única fecha en la que los dueños del rancho en cuya esquina se encontraba la capilla se acordaban de ella. “Si le doy en un ojo o en la cabeza, la virgen me va a ayudar,” pensaba Ac cada vez que tiraba una nueva piedrita.

“Le di,” se incorporó de repente Ac, dándole un fuerte golpe en la espalda a su amigo.

“Allí viene el camión,” contestó K’uk sin inmutarse, conociendo ya el ritual de Ac.

“En el camión va a venir alguien que nos va a ayudar, estoy seguro.”

K’uk se incorporó también y se acercó a la orilla del camino para que el camión los viera desde lejos. No porque fuera rápido, cosa imposible en un camino de terracería completamente enlodado, sino porque los choferes, habitantes de la ciudad, se divertían haciendo correr a los “indios”, por el lodo haciendo la parada a cincuenta o hasta cien metros de distancia si en la parada se encontraban solamente hombre. Para impedirlo, K’uk, se paró a la mitad de la carretera y agitó los brazos. No se movió hasta que el autobús con un rechinido de frenos se quedó parado a solo medio metro de distancia. El chofer había encontrado una nueva diversión, y mostró su agradecimiento cobrándoles solamente la mitad del pasaje.

“Hey, muchachos,” le habló Ramiro Balam, un hombre ya entrado en los cincuentas, sentado en la última fila, haciéndoles señas para que se acercaran.

Ac le dio un codazo a K’uk, como dándole a entender que su milagro se había cumplido, y se adelantó hacia Ramiro por el pasillo.

“¿Supongo que vienen de buscar trabajo?”, les preguntó Ramiro sin saludar e invitándolos a sentarse. “Vengo por gente para que trabaje en la zona.”

La zona era el sitio arqueológico más importante del estado y uno de las veinte más importantes del país. Desde hacía varios años era parte del “Patrimonio Cultural de la Humanidad” y por lo mismo una de las pocas que tenía la atención suficiente del gobierno y el mundo para continuar con las excavaciones y exploraciones con un buen financiamiento. Para todos los miembros de la etnia de la región trabajar en la zona era un sueño hecho realidad por dos razones. La primera, evidente, era la económica ya que se trataba de un trabajo bien pagado aún para aquellos que fueran solo acarreadores de piedras, trabajadores brutos y, si se tenía suerte, incluso se podía llegar a un puesto un poco más especializado y mucho mejor remunerado. Ese era justamente el caso de Ramiro Balam quien había nacido en el pueblo y era primo de la madre de K’uk. El hombre, en pocos años se había convertido en maestro de excavaciones y tenía a su cargo una gran responsabilidad lo que lo hacía uno de las personas más pudientes del pueblo tomando en cuenta las cantidades de dinero con las que contaban los demás habitantes para la diaria subsistencia.

A K’uk y a Ac inmediatamente les brillaron los ojos. Los viejos dioses a los que le había rezado K’uk o la apedreada virgen del camino les había mandado el milagro que necesitaban y no importaba cual de los dos o si incluso los dos habían sido los culpables.

“Pero no se queden mudos,” les sonrió Ramiro, “¿quieren o no?”

K’uk y Ac asintieron con la cabeza. Hablar de los detalles ya vendría más tarde. Ahora era solo cuestión de llegar al pueblo para dar la buena noticia. K’uk a sus padres, Ac a su futura esposa.

El camión todavía tardó cerca de una hora para llegar al pueblo. Llamarle pueblo al lugar en realidad era exagerado. Se trataba de un villorrio de medio centenar de construcciones, una docena de las cuales, las dos tiendas, la primaria, la iglesia vieja de denominación católica, la iglesia nueva de denominación protestante, y el importante centro de pre-procesamiento de café se encontraban a lo largo de una calle que media unos trescientos metros de largo. Al resto de las casas se tenía que acceder mediante veredas peatonales más o menos desgastadas y más o menos largas. Algunas familias del pueblo tenían que caminar casi media hora para llegar al centro. Las construcciones del centro en todos los casos eran de ladrillo aplanado con una mezcla de cemento y cal. Sus techos eran de teja y, en el caso de la escuela, era de lámina galvanizada, un lujo que solo podía pagar el gobierno que la había construido unos años antes. Las casas de los demás habitantes eran de madera cortada a mano con afilados machetes en largas jornadas de paciente trabajo y sus techos eran de tejamaní que tenía que ser renovado antes de cada temporada de lluvia ya que las maderas que se usaban para ello se podrían con gran rapidez con los aguaceros torrenciales que solían caer en las temporadas de lluvias.

K’uk, Ac y Ramiro Balam se bajaron del autobús en frente de la escuela y, a invitación del mayor se enfilaron hacia la tienda donde tomaron un refresco tibio, ya que el camión que traía el hielo en dos días no se había aparecido en el pueblo. Luego, después de que Ramiro adquiriera los insumos necesarios para hacer una buena cena: cecina, latas de frijoles, una salsa, arroz, jitomates y cebolla, los tres se encaminaron hacia la casa de los K’uk, que se llamaba así debido a que los primogénitos de inmemorables generaciones siempre habían llevado ese nombre, que estaba a unos 20 minutos de camino desde el centro del pueblo.

continúa con el siguiente capítulo: 16 Regreso a Palenque

Read more...

  © Blogger templates Sunset by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP